Aunque el artículo debe de tener unos años porque la periodista cambia el € a 44 baths, sirve para que viajena Siam más turistas de esos que tanto le gustan a los militares, con su colección de pulseras y collares made in Spain ya que ya no podrán fabricarlos en Siam por aquello de que los trabajos manuales son sólo para los nativos...y nativas.
Según la periodista la Full Moon Party se celebra dos veces al mes, pensaba que era dos veces al año.
http://www.elmundo.es/viajes/asia/2017/07/25/59770baa46163f1f518b4624.html
Hacen la full moon y half moon, porque no han caído en que hay quarter moon...
Supongo que después de la clausura del juergódromo de Vang Vieng, a los Aussies, solo les queda la Full-Half-Quarter Moon...
¿En Laos se han puesto las pilas?
Se despiertan de su alertagamiento comunista.
Se meten en garitos suyos. Luego hay otras zonas que se hicieron famosas por l desfase de los que iban, pero creo que cerraron el lugar que habían montado unos farangs fumaos.
Lo de Vang Vieng se lo cargaron los militares a golpes de martillo pilón. Pero es que era un descontrol total, y las embajadas protestaban por el número de muertos por ahogamiento y sobredosis de opiáceos. Al final, Vang Vieng murió de éxito.
Y yo lo siento.
Hala, ya que estoy desvelado, os contaré una historieta que tal vez ya haya escrito en alguna ocasión.
HISTORIETAS DEL ABUELO MALANDRO: LAOS
Hace mucho tiempo(16 años) en una aldea muy muy lejana (Nakhon Ratchasima) me encontraba yo en la disyuntiva de ir a visitar el enésimo templo jemer en la frontera camboyano-siamesa o volverme a BKK para la juergacha y las chatis, cuando de repente se me ocurre una luminosa idea, que se me hizo graciosa por lo fútil: Me dije a mí mismo que, ya que estaba al lado de Laos, refugio del mítico Roldán, podía sibir hasta el Mekong y verlo de lejos. De entrar, ni hablar, claro. Se trataba de un impenetrable país comunista, una dictadura férrea y hermética tras el telón de bambú.
Y me fui hasta un pueblo donde acababa la via férrea. Le pregunté al taxista que a dónde me podía llevar para ver Laos. Debió entender que quería una Beer Lao, porque me dejó en un sitio muy plano, con un edificio muy grande, y, casi a empujones, me conminó a unirme a una larguísima cola. Yo no estaba muy convencido de la idea de hacer una fila de algunas horas para ver de lejos un puto agujero comunista, así que empecé a impacientarme, en parte por la perspectiva de la espera, en parte por el sol abrasador que empezaba a calcinarme los sesos conforme avanzaba la mañana- Alguien debió notarlo, porque se me acercó un chino avieso con cara de Charlie y, así, como por lo bajini, me dijo en un inglés tipo lo que hablan los gibraltareños, que en vez de esperan un par de horas o tres de cola, me pasaba por la puerta del gato en unos minutos.
Yo, solo de pensarlo, casi defeco en mis entretelas. Le dije que no, naturalmente. A Laos no se puede pasar.
O.. sí?
Ya que el vietcong aquel insistía y yo no tenía nada más que hacer, le pregunté si siendo español, me era permitido entrar en Laos. Me respondió que sin ninguna duda, y que si quería, por 20 dolarillos me ponía de patitas en Vientiane. Yo eché unas cuentas rápidas y, teniendo en cuenta que el tipo me había jurad y perjurado (resultó ser cierto) que el visado costaba 11 dólares, me pareció que no perdía nada por probar, y que lo peor que me podía pasar era erder 20 dólares y que me devolviesen a Siam con una patada en las posaderas.
Pues le dije sí.
Y de repente, se llevó mi pasaporte y mi verde de 20 y me remitió a la misma cola en la que estaba. La cara que se me quedó, ni la describo. Una mezcla de pánico y ridículo abismales.
Nada comparable con la que debí poner cando me sale un chino al encuentro con mi pasaporte en la mano, gritando mi nombre con unos chillidos casi ininteligibles, y me intrduce por una puertecilla lateral como si fuera un bulto sospechoso. Me sitúa en una cola, que sorteo rapidamente con un gran sello en mi pasaporte. Después paso a otra cola, donde me ponen otro sello. A continuación otro chino me da 11 dólares, que entrego a otro mausetúng de aquellos, que diligentemente me pone un cuño y me orienta hacia una ventanilla. Allí me espera Jack Palance con los ojos aún más achinados y una expresión aviesa. Me espeta: Llu paiz. Y yo le digo: Juat?Me increpa: yu paiz! Creo entender que me está echando en cara que haya pagado a los traficantes de sellos, a lo que digo: Lles! Y me suelta una retahila en lainglish que no la entendió ni él ni yo, con cara de chino asesino, y me arroja displicentemente mi documentación.
La recojo con bastante alivio, y salgo del recinto del puesto fronterizo con una cara de Esteso que pa´qué... Pienso para mi coleto: Y ahora, que sin comerlo ni beberlo me he metido en Laos, sin una triste guía de vije... Qué puñetas hago yo aquí?
Pero el chino, que tiene un plan para los próximos 500 año, ya lo había previsto todo.
De detrás de un matorral sale el primo de Kuay Chan Key, a saltitos (como buen pequeño saltamontes) y me llama. Me dice: Bienchan? Y yo, que no encuentro motivo alguno para llevarle la contraria, le respondo: Lles... Así que me toma del brazo amorosamente y me deposita en el asiento delantero de una furgoneta-lata de sardinas que aún no ha empezado a llenarse. Enseguida llegan un par de vejestorios renqueantes de factura anglosajona. Y yo empiezo a preguntarme: qué leches es esto? A ver.... Una hora antes yo estaba convencido de que aquel bastión comunista sería una fortaleza inexpugnable, guardada por cancerberos crueles de camisa negra cuello mao y pantalón de mamamikimono, y de repente me encuentro, tras algunos empellones, en una fragoneta con dos momias que hablan inglés y sin destino conocido, todo en una atmósfera de normalidad que me empieza a mosquear seriamente. Estaré fumado sin saberlo? Me habré ventilado una de esas pipas de opio que venden en la frontera pensando que era un remedio para el asma y estoy en una realidad paralela?
Para rematar el onirismo del momento, acaban de atestar la conserva con ruedas un par de jovenzuelas de la mejor producción gabacha que se pueda desear. Frescas, rozagantes, turgentes, bronceadas, jugosas y deseables. Solas! Y vienen, pizpiretas y juguetonas, teléfono en mano, hablando en inglés con algún otro joven al que hubieron conocido unos dias antes en Bangkok, y con l que han quedado, para comunicarle que ya están a camino de Vang Vieng... Yo, que solo necesito una maleta de cartón y una boina para completar el cuadro de paleto en la frontera, no consigo volver a juntar mis maxilares. De tan boquiabierto, las franchutes empiezan a mirarme con algún recelo, por lo que decido aparcar mi cara de tonto y empezar a integrarme en el ambiente del carricoche, cuasi convencido de que aquello es real. Y hago como que me lo creo, preguntando a los supuestos ancianos qu de dónde son, y hacia donde van, y a las jovenzuelas,otro tanto, mientras todos nos juntamos en un coro de acentos y parloteos varios.
Pues al final, parece que aquello no es un acto alucinatorio, sino que realmente he entrado en Laos por el agujero del gato, junto con otros cuatro extranjeros, componiendo un cuadro de lo más variopinto y, así, empaquetados y sin remite, nos facturan rumbo a la capital.
Me empiezo a acojonar, pues ya es más de medio dia, estoy realmente allí, y no sé cómo volver a cruzar a Tailandia, ni si podré volver a salir de Laos... Laos! Ni mucho menos si podré pernoctar ni dónde...
Cual demonios es la moneda de Laos? (Para aquellos que no lo sepan, la moneda de Laos es el dólar. No el dólar laosiano, no, sino el americano).
A la desesperada, le pido a una de las pimpollas que me deje echar un vistazo a la guía del país que estaba ojeando en el poco espacio disponible, y consigo copiar una dirección y un teléfono al tuntun. Se la ofrezco al conductor, con aire de connaisseur, y asiente con un gesto. Tras algunos kilómetros de traqueteos me despido de la insospechable troupe, con una mezcla de recelo, tristeza y bastante miedo. Me quedo, con mi mochia al hombro, mi cara de tonto, y la tenue indicación de andar dos calles y girar a la izquierda, suponiendo que ahí encontraré mi posada para esa noche.
Y... la encuentro! Oh, lord Buda, loado seas! Y qué estupenda! Una construcción relativamente aceptable, hasta moderna, se diría, con vistas al rio Mekong, que se derrite allá a lo lejos bajo este sol maldito e hiriente; donde me ofrecen un cuarto pasable, algo monástico en su sencillez, pero más que suficiente para quien hace un rato se veía en una fria celda, condenado por haber rasgado el velo que ocultaba los supuestamente inviolables secretos de la dictadura comunista....
Laos! La os....!
Y allí estaba yo. En el país de los comedores de loto. En la antigua y gastada Indochina, donde aún se encuentran baguettes, gafas de concha, boinas y libros de Sartre en los anaqueles de los viejos cafés coloniales.
Una ciudad, Vientiane, dormida a lomos del Dragón de siete colas, enfrentada a Tailandia, de la que la separa tan solo el lomo del Mekong; pausado, soñoliento, lánguido, dorado.
Vientiane, Laos.
Mujeres haciendo aerobic al caer la noche, terrazas y deliciosos jardines al borde del agua, terrazas de bambú atestadas de público multinacional, con cojines para retozar comodamente, pescados rellenos de hierbas que unos minutos antes boqueaban en curiosas tinas de aluminio con surtidores de burbujas, como un exabrupto surrealista en un martini bianco gigante... Vendedores de Viagra de todos los colores, calamares secos y llenos de moscas que serán asados sobre un carboncillo(mmmm, qué delicia, y qué riesgo: Comerse aquellos calamares secos y chamuscados es como zamparse un pez fugu: te tocará o no te tocará la disentería mortal, a cambio del delicioso bocado?).
En fin, Vientiane, Laos.
Qué carajo hacía yo allí?
Interesante relato, ya contaré cómo conseguí ir de putas en la capital comunista.