En julio, los tailandeses podrán decidir en las urnas quién quieren que les gobierne. Las opciones no parecen prometedoras y los militares podrían aprovecharse de ello, una vez más. Sin embargo, desde la oposición aseguran que no permitirán otro golpe de Estado, los Camisas Rojas saben que su libertad está en juego.
Antes de que los manifestantes árabes provocaran una era de revueltas, Tailandia había empezado, un gobierno respaldado por EEUU y enfrente los manifestantes, decididos a derrocar al Gobierno.
A diferencia de Túnez, la última revuelta en la pasada primavera no tuvo éxito. Los agresivos anti-sistema “Camisas Rojas”, no fueron alentados por los jefes de estado occidentales, como en el caso de los manifestantes egipcios.
Pero a medida que se acercan las ansiadas elecciones en Tailandia, los opositores al Gobierno insinúan que cualquier juego desleal podría suscitar una repetición de las protestas de la pasada primavera, ahora también inspiradas en las revueltas árabes.
Desde que se produjo en 2006 el golpe de estado militar de Tailandia, el país ha sufrido una escalada de episodios de violencia política. El año pasado, los Camisas Rojas, una facción de los que se autoproclaman "los desposeídos", se rociaron con su propia sangre delante de la sede gubernamental del primer ministro. A finales de mayo, después de una ofensiva del ejército en los campamentos de manifestantes en Bangkok murieron más de 90 personas y otras 1.800 resultaron heridas.
Pero hay esperanza. Por primera vez en muchos años, tanto el Gobierno como el partido de la oposición se están preparando para unas auténticas elecciones, serán a principios de julio.
Se trata de un punto de inflexión crucial para Tailandia. El Gobierno puede garantizar unas elecciones justas sin injerencia del ejército o de los tribunales. Los manifestantes de todos los credos pueden aceptar el resultado, incluso si no les gusta, y abstenerse de ocupar los edificios del gobierno o de sembrar el caos urbano.
Si todo eso sucede, la inestable democracia de Tailandia puede reconstruir su credibilidad. Pero al parecer, pocos son optimistas.
“Estas elecciones son la última esperanza", afirma Phongthep Thepkanchana, un miembro del gabinete durante la jefatura de gobierno de Thaksin Shinawatra. Expulsado tras el golpe militar de 2006, Thaksin sigue siendo idolatrado por la mayoría de Camisas Rojas y por mucha gente pobre tanto de zonas rurales como urbanas de Tailandia.
“¿Qué hizo la gente en Filipinas contra el régimen de Marcos? Si se manipula el voto, sucederá lo mismo en Tailandia, asegura Phongthep.
Recientemente liberado de prisión tras las protestas del año pasado, el co-líder de los Camisas Rojas, Nattawut Saikua ha optado por una analogía más contemporánea. "El viento de cambio que sopla en el mundo árabe está revitalizando a los Camisas Rojas, que todavía siguen heridos y cansados desde la última vez”, ha dicho Saikua a AFP. “Pero la lucha continuará”.
Sin embargo, muchos tailandeses con menor inclinación política también están cansados. Un total de dos tercios de la población quiere que se prohíban las “grandes manifestaciones”, de acuerdo con un reciente sondeo de la Fundación Asia, realizado en todo el país.
Pocos tienen la esperanza de que cesen los disturbios. Más del 80 por ciento de los encuestados cree que el próximo año habrá "más violencia relacionada con los conflictos políticos”.
En las próximas elecciones se enfrentarán el partido en el poder, los Demócratas, contra la Peau de Tailandia (Partido para los tailandeses), un partido alineado con los Camisas Rojas. Se sabe que en gran medida consultan a Thaksin, quien está en el exilio por los cargos que tiene en su contra, y que van desde el fraude hasta el terrorismo.
El primer ministro Abhisit Vejjajiva, calificado como un "tirano" por los Camisas rojas, ha descrito la votación como una elección fácil entre decantarse por la estabilidad o escoger un movimiento que se vincula con el deseo de venganza del multimillonario Thaksin.
“No puedo pensar en otra elección en la que tengan opciones claras", dijo Abhisit en una reunión con periodistas extranjeros celebrada a mediados de marzo.
“Por lo menos, es una oportunidad para que se pronuncie la mayoría silenciosa, la mayoría de los tailandeses que no han sido suficientemente escuchados, dijo. “Hemos escuchado a grupos de gente muy ruidosa pero que no constituyen la mayoría”.
Según la encuesta de la Fundación Asia, esto es cierto: sólo el 12 por ciento de los tailandeses se identifica como "muy rojo" o "fuertemente amarillo", el tono adoptado por un grupo mucho más pequeño de los nacionalistas que se apoderaron de los aeropuertos de Bangkok en 2008.
Y un porcentaje todavía más pequeño, el 2 por ciento, ha asistido a un mitin político en los últimos dos años. Y el 22 por ciento se siente más cómodo con un "líder fuerte, no electo" en vez de con una democracia viciada.
¿Podría esa cifra envalentonar a los militares tailandeses, que curiosamente han llevado a cabo 20 ocupaciones del poder en los últimos 100 años?
Es mejor que no, advierte la oposición. Los tailandeses se resistirán en masa, dicen, si los militares anulan su victoria con un golpe de Estado. Y aunque el jefe del ejército insiste en que no habrá golpe de Estado, recuerdan que los líderes militares hicieron esa misma declaración poco antes del golpe de 2006.
Probablemente, las revueltas en Oriente Medio han asustado a los militares y les han llevado a echar marcha atrás en sus planes de dar un golpe de Estado, opina Suranand Vejjajiva, un columnista y primo del actual primer ministro, que trabajó en el gabinete de Thaksin.
“Sin duda, Egipto y Túnez han ayudado”. “Creo que los generales del ejército, aunque tienen su propia forma de pensar… se están empezando a dar cuenta de que el mundo está cambiando”.
¿Y si el ejército da un golpe de estado?
“Están preparados para la lucha”, dice Suranand.
Fuente: La Información
¿La oposición no permitirá otro golpe de estado? ¿Y se creen que los militares les van a pedir su opinión? Si hay golpe, hay golpe, sin más.
Además los resultados no afectan a los que mandan realmente.