Que se ahoguen los pobres

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Operarios del Gobierno trabajaban el otro día contrarreloj para levantar barricadas alrededor de unos de los canales de la avenida de Petchburi, en el centro de Bangkok. Cuando pregunté a uno de los curiosos que observaban si se temía un desbordamiento, me miró extrañado. "¿Aquí?", dijo, sin apenas levantar la mirada. "No, un ministro vive cerca".

En Tailandia, las casas de los ministros no se inundan. Ni los palacios de la realeza. Ni las mansiones de las familias que tradicionalmente han controlado la economía del país. Tampoco las residencias de los embajadores, reforzadas por orden del Ministerio de Asuntos Exteriores a pesar de que muchos de sus inquilinos llevan días refugiados en hoteles de cinco estrellas y resorts de la costa.

Las peores inundaciones en cinco décadas han puesto de nuevo en evidencia la profunda división de una sociedad con fuerte arraigo clasista. Familias de la élite han huido, en algunos casos dejando a empleadas domésticas a cargo de la protección de sus viviendas. Influyentes terratenientes han logrado desviar o retrasar la anegación de sus propiedades, forzando al Gobierno a inundar zonas "menos importantes".

El rey Bhumibol Adulyadej, que desde hace dos años se encuentra ingresado en un hospital, ha pedido que cejen los esfuerzos por proteger el Gran Palacio de Bangkok, en el que ni siquiera vive. "Quiere que nos esforcemos en ayudar a la gente", decía el general Prayuth Chanocha, transmitiendo un mensaje que los escépticos no terminan de creerse.

La recomendación debió de ser malentendida, porque, mientras cientos de soldados, policías y trabajadores reforzaban la seguridad en el palacio, en el distrito de Sasi Mai los damnificados se quejaban de la falta de asistencia. "Hemos tenido que ir nosotros mismos a por agua, remando encima de esto", decía un comerciante de la zona señalando su improvisado bote, construido con viejos neumáticos y maderas.

El 'corazón' del país

Militares, políticos y miembros de la realeza han competido por mostrar su solidaridad, al menos frente a las cámaras de televisión. Es una rivalidad que resumía en una viñeta uno de los humoristas del diario local 'The Bangkok Post': la primera ministra, Yingluck Shinawatra, defiende de los damnificados una montaña de donaciones. "Un momento", dice ante la impaciencia de los refugiados. "Todavía falta por estampar el nombre de algunos ministros".

Bangkok ha vivido tres grandes inundaciones en el último siglo, pero habría sufrido varias más sin la política que todos los años desvía el agua de ríos y presas a provincias de los alrededores en un intento de preservar la capital, donde se concentra la élite que tradicionalmente ha acumulado la riqueza y el poder. Chawalit Chantararat, uno de los expertos en gestión del agua del país, explica así esa estrategia: "Tenemos que permitir que los dedos, las piernas y los brazos sufran algo de daño por el bien de la economía del país, que tiene su corazón en Bangkok".

La disposición de los tailandeses a sacrificarse por la Ciudad Grande, que concentra el 40% de la economía nacional, ha sido puesta a prueba como nunca ahora que las aguas han llegado a la capital. La insistencia del Gobierno en salvar el centro financiero y residencial a costa de los barrios periféricos, levantando muros y diques de protección, ha provocado las primeras revueltas.

Vecinos cuyas viviendas han quedado en el lado inundado han dicho basta, rompiendo con sus manos las defensas y lanzando una idea ciertamente revolucionaria: ¿no podrían los más pudientes habitantes de la capital compartir el sacrificio, por una vez?

'Chanel contra Burberry'

Las botas de la primera ministra.
El resultado está siendo la llegada lenta e imparable del agua a zonas que previamente se consideraban seguras, en parte por la rotura de los muros de protección. La primera ministra, Yingluck Shinawatra, elegida el pasado mes de julio en base a un mensaje populista y favorable a terminar con los privilegios de la minoría, pedía en un mensaje radiofónico el fin de los sabotajes por "el bien de toda la nación".

Su llamada a la solidaridad general habría tenido más credibilidad si no hubiera visitado una de las zonas afectadas protegiéndose del agua con unas botas de la lujosa marca Burberry. "Chanel contra Burberry", titulaba un medio local en referencia a la esposa de uno de los líderes de la oposición, que también ha paseado su solidaridad vistiendo a la última.

Las inundaciones han reforzado la percepción general de que la élite política y económica del país vive de espaldas a la realidad de la mayoría. La noción de que, mientras el país se hunde como un 'Titanic', los botes salvavidas han sido reservados para los pasajeros de primera clase.

Fuente: El Mundo