Los países budistas del Sudeste Asiático dan esta semana la bienvenida al Año Nuevo con los remojones de la batalla campal que desata pasiones y contrasta con la tradición de mojarse para purificar el alma y lograr la paz interior.
Durante los tres días que duran las celebraciones, millones de personas salen con cubos, pistolas y hasta bazokas a presión para empapar de agua a cuantos se cruzan por las calles de Tailandia, Birmania (Myanmar), Camboya y Laos.
Uno de los mayores baños se lo dieron ayer miércoles en Bangkok las 3.471 personas que dispararon sus armas todas al mismo tiempo para entrar en el Libro Guinness de los Récords como el mayor enfrentamiento con agua de la historia, plusmarca de la que hasta ahora presumían en Valladolid (España).
La muchedumbre disfrutó así del Año Nuevo delante de los grandes almacenes Central World, situados en la zona de compras de lujo de la capital y bajo estrictas medidas de seguridad, incluida la prohibición de consumir alcohol para prevenir altercados.
El lugar no vivía una similar concentración de gente desde hace un año, cuando fue ocupado por el frente antigubernamental de los llamados "camisas rojas", que reaparecieron en reducido número para recordar que allí mismo murieron decenas de compañeros, según comprobó Efe.
La fiesta luego se prolongó hasta la madrugada en las zonas más turísticas y frecuentadas por los extranjeros, especialmente en el antiguo barrio hippy de Khao San y el de los farolillos rojos de Patpong, donde se negocia con sexo.
Al norte de Bangkok, estas festividades que los tailandeses denominan Songkran se viven con intensidad en la ciudad de Chiang Mai, en la que decenas de elefantes participan en la batalla del agua, pero también el Año Nuevo reaviva la religiosidad budista en forma de ofrendas a los monjes y la visita a parientes mayores.
Pero la mayoría de tailandeses, igual que sus vecinos birmanos, camboyanos y laosianos, inician el año del calendario lunar con rezos en los templos de todo el país y el simbólico aseo con agua de las imágenes de Buda, para así purificar el alma y propiciar la buena suerte.
De esa milenaria tradición de asear los bustos de Buda nació hace varias décadas la costumbre de las peleas mojadas en las que no hay vencedores ni derrotados, pero que los más devotos consideran una desviación populachera de la tradición budista.
Por estas fechas, también pasan largas horas calados hasta los huesos los habitantes de Birmania donde se celebra el Thingyan, la gente de Camboya que se une al Chaul Chnan Thmey y la de Laos que vive el Pimai, países en los que el festival tiene un origen distinto que combina creencias budistas con la antigua astrología.
Los birmanos esperan todo el año que lleguen estas festividades porque son la única ocasión en la que los militares que gobiernan permiten algún tipo de libertad, aunque antes de las celebraciones se advirtió de que serán encarceladas las chicas que lleven bikini o minifalda y cualquier otra persona que vista con ropa occidental.
En Camboya, para muchos jóvenes es la oportunidad para mostrar en público su afecto sin que el monacato recrimine sus maneras y con el agua de por medio, arrojan semillas de fruta a las rodillas de aquellas personas por las que sienten atracción.
Por su parte, los laosianos conmemoran por todo lo alto el Año Nuevo en la que fue la capital del antiguo reino de los elefantes y templo del budismo, Luang Prabang, donde la gente se echa encima agua perfumada con extracto de flores.
La práctica se remonta al origen de la leyenda sobre la calavera del rey Kabinlaphom, que se dice fue guardada en una cueva a la que cada año iban sus siete hijas para limpiarla a fin de ganar méritos para conseguir el bienestar del reino y una buena cosecha.
Fuente: Agencia EFE