Decenas de hombres entraron en trance para adquirir los poderes sobrenaturales de animales mitológicos que llevan tatuados en el cuerpo en un popular festival celebrado en un monasterio budista tailandés.
Los participantes -la mayoría jóvenes con gran parte del cuerpo pintado- aseguran que durante unos instantes logran transformarse en esos seres durante la ceremonia, que cada año organiza el templo de Bang Phra al este de Bangkok.
El ritual arranca con la perceptiva limosna y ofrenda de una flor de loto y barritas de incienso a Luang Phor Pern, el fallecido abad cuya estatua de bronce preside la explanada del recinto, abarrotado por una muchedumbre desde el amanecer.
Tras el solemne acto del "wai khru" (respeto al maestro), los devotos se sientan de piernas cruzadas y meditan en silencio hasta que empiezan a recibir energía procedente de sus tatuajes.
El espíritu del animal penetra entonces en el alma del fiel, que asume su identidad y lo escenifica con gritos guturales y gestos de mímica mientras anda con parsimonia o corre a toda velocidad hacia el altar dedicado al venerado monje.
De esta manera emulan a los guerreros tailandeses que hace siglos se tatuaban águilas, elefantes, monos o tigres para ser invencibles cuando luchasen contra las tropas de los vecinos reinos de Birmania y Camboya.
Algunos son agarrados por policías y voluntarios antes de que se estrellen contra la barrera protectora, otros tropiezan o se llevan por delante a los despistados que toman fotos y algunos -de forma sospechosa- logran volver en sí poco antes de llegar a la estatua, según pudo comprobar Efe.
Todos son abrazados por grupos de entusiastas que les sujetan, abrazan y dan un masaje facial para calmarles, entre los vítores de un público que anima sin cesar a los poseídos.
Una vez repuestos, éstos hacen una sencilla reverencia delante de la estatua y regresan a su sitio entre el mar de alfombrillas para sentarse, y vuelven a concentrarse en busca de la inspiración de las imágenes pintadas sobre su piel.
"Soy un gallo, he sentido su espíritu y me ha hecho sentir fuerte", aseguró con cara de pocos amigos Ton, con todo su obeso cuerpo tatuado y los ojos enrojecidos, síntoma de haber consumido "yaba", una droga sintética alucinógena similar al éxtasis.
Tras su cacareo inicial, este criminal confeso se aproximó varias veces más al altar encarnado en búho, serpiente, tortuga o dioses hindúes como Hanuman el mono, Ganesh el elefante y Garuda el pájaro.
Al festival suelen acudir policías y soldados, pero junto a ellos una amplia representación del mundo del hampa como Ton.
Todos creen que sus tatuajes les protegen del peligro en su trabajo, aunque en el caso de los rufianes, los monjes subrayan que la magia de los símbolos sólo tiene efecto si la persona que los lleva impresos en la piel lleva una vida virtuosa.
"Deben ser buenas personas y buenos budistas", explicó Khos, quien solía asistir para entrar en trance antes de ser ordenado novicio para evitar ser procesado por un delito de robo armado.
Entre el gentío destaca asimismo la presencia de numerosos extranjeros, la mayoría entusiastas del tatuaje pero también turistas, que se quejan de la interminable alocución por megáfono del maestro de ceremonias.
Luang Phor Pern se hizo famoso en los años 70 por sus detallados grabados a cincel de monstruos, símbolos y letras del alfabeto tailandés, y antes de fallecer, transmitió su sabiduría a otros bonzos de Bang Phra.
Estos diseños sagrados son una tradición milenaria en Tailandia y ahora populares en el extranjero gracias a Angelina Jolie, quien lleva en la parte baja de la espalda un enorme tigre tatuado con un punzón por el maestro local Sompong Kanhphai.
Fuente: Agencia EFE