La ley del silencio y el miedo causado por los excesos del Ejército y el movimiento separatista islámico atenazan la vida cotidiana en las provincias sureñas de Tailandia, sumidas en un violento conflicto de raíces religiosas y étnicas.
"No sé quién pone las bombas ni ejecuta a la gente", dice con la mirada evasiva Mohamed, un taxista de 50 años, cuando se le pregunta por los atentados que causan víctimas casi a diario.
Desde que los rebeldes musulmanes retomaron hace seis años las armas, cerca de 4.500 personas han sido ejecutadas o han muerto en atentados con bomba ocurridos en las provincias de Pattani, Yala y Narathiwat, de mayoría musulmana.
La militarización de esta región, relativamente cercana a los destinos más turísticos de Tailandia, la evidencian los numerosos controles de carretera montados por soldados o paramilitares armados con fusiles M-16.
Mohamed, un musulmán que se confiesa poco practicante, teme a los separatistas islámicos casi tanto como a los soldados, acusados de cometer abusos y de torturar a sospechosos bajo el amparo del estado de excepción y la ley marcial.
"No me gusta ir a las zonas rurales de noche o los fines de semana, porque los que atacan tienen sus trabajos durante la semana y atacan cuando es festivo", confiesa el taxista en un café de la ciudad de Pattani.
Ningún grupo en concreto reivindica los ataques contra soldados y civiles, budistas o musulmanes considerados "traidores", aunque las autoridades responsabilizan a una nueva generación de nacionalistas musulmanes y radicales islámicos.
Las reivindicaciones varían y van desde la autonomía a la independencia o la unión a la vecina Malasia, aunque los extremistas islámicos influenciados por los movimientos yihadistas reclaman la creación de un Estado islámico que incluya también Malasia e Indonesia.
En Pattani, nombre del antiguo sultanato anexionado por Tailandia hace poco más de un siglo, se diría que la vida transcurre con relativa normalidad tanto para la población malayo-musulmana como la tailandesa-budista, sino fuera por la presencia de patrullas militares.
Pero bajo la superficie y hurgando un poco, se aprecia que en la etnia malaya late una arraigada y profunda desconfianza hacia el Gobierno de Bangkok, al que acusan de querer acabar con su cultura y con su lengua, además de seguir una política de discriminación.
Ese sentimiento discriminatorio es el caldo de cultivo del que se alimentan la Organización para la Liberación de una Pattani Unida (PULO) o el Frente Nacional Revolucionario (BRN), los dos mayores grupos armados clandestinos de entre la decena que actúan en esta región próxima a Malasia.
Según la Coalición contra el Empleo de Niños Soldado, los grupos rebeldes y los paramilitares que reciben financiación del Gobierno reclutan a menores de edad para llevar a cabo actividades bélicas.
El Ejército, que funciona casi como un poder autónomo en el sur, con 30.000 soldados desplegados, trata de despolitizar el conflicto y achaca la mayoría de los asesinatos y atentados a bandas de delincuentes comunes y de traficantes de droga.
Las autoridades de Bangkok, aunque reconocen que la situación ha empeorado en los últimos años, prefieren mantener el conflicto como un asunto doméstico, para evitar interferencias de Naciones Unidas o la comunidad internacional.
"En los últimos años, el Gobierno trata de implementar políticas para erradicar la pobreza y acabar con la discriminación entre la población malaya, pero aún queda mucho por hacer", explica a Efe Abdulroning Suetair, profesor de Estudios Islámicos en la Universidad de Pattani.
"Nada está claro, nadie reivindica nada, aunque todos sabemos quiénes son", asevera Suetair, uno de los pocos intelectuales que se atreven a hablar del conflicto sin tapujos.
"El nacionalismo ha sido un problema en el sur desde principios del siglo XX. El problema se empeoró cuando Tailandia impuso el tailandés en los colegios y coartó el uso del malayo, nuestra lengua materna", dice el profesor.
"Estoy en contra de la violencia: el Gobierno y los rebeldes tienen que negociar y encontrar una solución política", agrega.
El antiguo sultanato de Pattani, que incluía a las provincias de Pattani, Yala, Narathiwat y parte de Songkla, fue un estado independiente que pagaba tributo a Tailandia hasta que fue anexionado en 1902.
Fuente: Agencia EFE