El pánico se apoderó ayer de Tokio, un gigante de 35 millones de habitantes, donde buena parte de la población huía hacia el sur del país para evitar la posible llegada de radiactividad. Mientras, los extranjeros sufrían una odisea para abandonar el país.
«Un montón de mis amigos se fueron al suroeste, a Kansai, para distanciarse por lo menos otros 500 kilómetros más, para respirar», escribió en un blog Romen Barua, un extranjero residente en la capital japonesa. En la estación de Shinagawa, los trenes hacia esa región partían repletos de viajeros cargados con valijas y acompañados de sus hijos.
Los negocios de alimentos quedaron vacíos luego de que la gente se proveyera de ar-tículos indispensables, y la reposición es lenta o está cancelada debido a que los caminos están cortados por el sismo o bloqueados por las autoridades para dar prioridad a los socorristas. Las góndolas vacías ofrecen un espectáculo extraño e inédito en una ciudad extremadamente próspera donde habitualmente es posible comprar de todo a cualquier hora.
«Compro bebidas, arroz, comida preparada y carne para almacenar», indicó Mariko Kawase. «Quizá no será po-sible salir de casa en caso de contaminación radiactiva», afirmó.
«Para mí, marcharme no es una solución. Las autopistas están cerradas y no quiero mover a mi familia y quedar atascado en medio de la nada sin acceso a alimentos, agua o refugio», dijo entre lágrimas Regis de Lavison a cadena BBC Mundo.
Preocupación
Aunque no se ve gente corriendo en las calles, la preocupación es alta, sobre todo desde que la Embajada de Francia advirtió a sus connacionales residentes en Tokio que el viento empujaba la radiactividad hacia esa ciudad. Las cadenas de televisión imponen ese temor con una pregunta clave: «¿En qué dirección va a soplar el viento?».
Mientras, los extranjeros procuran dejar Japón en cualquier lugar libre de algún avión, pero no es fácil porque no hay disponibilidad de ubicaciones. «Todos los vuelos, a cualquier destino, están repletos, y los pocos lugares disponibles cuestan cifras inimaginables», relató un modelo italiano de la revista Giulianova, Davide Di Sciascio.
Fuera de las fronteras, los países con costa al Pacífico intentaban calmar el miedo de sus habitantes, que se abocaron a la compra medicamentos que protegen contra las radiaciones.
Las provisiones de las empresas que producen yoduro de potasio, utilizado en la prevención de una irradiación, disminuían rápidamente en EE.UU.
El yoduro de potasio es utilizado para saturar la tiroides y bloquear la ingestión de yodina radiactiva, una sustancia altamente cancerígena que puede emanar de una central nuclear al producirse un accidente.
«Hemos recibido numerosos pedidos. Trabajamos lo más rápido que podemos para cumplir», indicó la firma NukePills.com, cuya provisión de comprimidos se agotó. Anbex, otro productor, también indicó que sus reservas se habían agotado y sólo será reabastecido a mediados de abril.
Una caja de 14 comprimidos se vendía a u$s 540 en subastas en el sitio de ventas eBay. Y los debates en Twitter y otros foros sociales en internet tomaron tal magnitud que la Organización Mundial de la Salud (OMS) tuvo que manifestarse pidiendo calma.
«Consulte a su médico antes de tomar pastillas de yoduro. No se automedique», indicó la OMS en su cuenta de Twitter, advirtiendo sobre todo acerca de los riesgos para las mujeres embarazadas.
Mientras tanto, Corea del Sur, Indonesia, Tailandia, Taiwán y otros países de la región comenzaban a delinear qué acciones serán tomadas en caso de que se produzca una catástrofe nuclear.
Fuente: Ámbito Financiero